Archive for maig, 2009

Tecnocratismo boloniano

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Los más patrióticos seres españoles y aquellas y aquellos que todavía hoy añoren la caspa franquista de los años 60, oirán en la palabra tecnócrata un sonido de crecimiento económico y aumento del nivel de vida. Un momento en el que el régimen pareció abrirse en libertades. Nada más lejos de la realidad. Es cierto que hubo crecimiento, pero el autoritarismo siguió campeando a sus anchas por la península hasta la gloriosa muerte del dictador.

Más adelante, el tecnocratismo –regido por el principio de la efectividad- impregnó todos y cada uno de los rincones de la vida económica de la inaugurada sociedad de consumo, sintonizando a la perfección con las aspiraciones del capitalismo de mercado y, aún a día de hoy, continua ese auge tecnocrático en todos los niveles de la vida. Un claro ejemplo es el caso de los nuevos planes para la enseñanza universitaria. Al parecer, aquellos que controlan los mandos de la economía han decidido que la producción universitaria era ineficiente; que no se trabajaba lo suficiente que las universitarias y universitarios sólo perdían el tiempo, estudiando, sí, pero ¿pensando?

La sociedad es, a día de hoy, gobernada por criterios técnicos, porque son ellos los que nos permiten ser eficaces. Y ¿quién no quiere ser eficaz? Ello supone utilizar pocos recursos y conseguir un objetivo satisfactorio. La teoría, así, es condenada al ostracismo. Lo importante es pensar las cosas el menor tiempo posible, porque “el tiempo es oro”, y, en esta sociedad de las prisas continuadas, un segundo perdido es un segundo desperdiciado, muerto. Por todo ello, carreras como filosofía, filología o historia están destinadas a desaparecer de la faz universitaria. Licenciaturas en las que los estudiantes se dedican a pensar, a reflexionar sobre el pasado y sobre las diferentes formas de entender la vida. La pregunta que parecen haberse hecho los tecnócratas es ¿para qué?

¿Para qué? La finalidad, la productividad, de nuevo, una vez más. Con la eliminación progresiva de la filosofía –ciencia de ciencias, disciplina de disciplinas, saber de saberes-, la humanidad parece estar condenada a su eterno fracaso, en términos morales. Una sociedad que no se detiene a pensar un solo minuto, sino que, es más, considera que reflexionar acerca de su propia vida, el no hacer nada, es “perder el tiempo”, no es una sociedad democrática, ni mucho menos. El Estado quiere cuerpos de dóciles esclavos y lo cierto es que lo está consiguiendo, priorizando la práctica y condenando la reflexión crítica hacia el infinito.

¿Qué hacer ante esta situación de apariencia catastrófica? No dejarnos engañar. Luchar por el hecho de que las Humanidades no desaparezcan de los planes, porque lo cierto es que lo están haciendo, y cada vez más nos obligan a desplazarnos hacia disciplinas orientadas al mercado: las que venden realmente. Cabe cambiar la pregunta ¿para qué? por un ¿por qué? Y ese porque no puede responderlo otro por nosotros, porque debe ser nuestra decisión. La precariedad en los campos que atañen a las humanidades es cada vez mayor, y con ello, el tecnocratismo se ve reforzado continuamente. Un criterio uniformador de conciencias y obediencias que no hace más que reforzar la idea de que existen elementos fascistas presentes en toda sociedad democrática, como ya reflexionaron en su día los investigadores de la Escuela de Frankfut.

La lenta agonía del periodismo

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Una fuerte crisis de incalculables consecuencias parece azotar la estructura vital del periodismo hegemónico; la prensa, como se ha entendido hasta ahora, asociada a los grandes grupos de poder comunicativos y empresariales, tiene los días contados. Al igual que sucede con la publicidad, con la filosofía y con el resto de disciplinas humanísticas y de ciencias sociales, en realidad. Todas ellas parecen afrontar un destino incierto en medio de un presente copado por lo práctico y lo útil, que viene a ser tan sólo la ciencia y la economía.

Algunos se echan las manos a la cabeza. ¿Realmente es para tanto? ¿Encontrara el periodismo nuevas vías para seguir profesionalizado? Los que en su día –como es mi caso, quizás en una decisión no demasiado meditada- decidimos escoger dicha titulación –porque nos apetecía, porque creíamos que aprenderíamos un poco de todo, porque amamos contar historias-, nos encontramos en una situación de congoja kafkiana y hasta cierto punto desesperante. ¿Realmente encontraremos un empleo al terminar la laboriosa licenciatura? ¿Valdrá la pena dejarse cinco años de vida en una carrera sin futuro?

El problema de fondo radica en aquellos que deciden las carreras que tienen futuro y los que no. Como dioses universales, adquieren el poder de determinar las modas cambiantes que rigen a la humanidad, dotándolas de la práctica e importancias necesarias como para triunfar. De repente, estos seres onomásticos dicen que los periódicos ya no son rentables, en plena era de la (sobre)información, cuando más hace falta la labor del periodista para seleccionar la información verdaderamente importante en una época de distorsión comunicativa profunda. Ahora nos dicen que cualquiera puede ser periodista. Claro, como cualquiera puede ser mecánico, carpintero o filósofo. El problema no es de los intrusistas, sino de aquellos que determinan que profesiones se llevan y cuales no en función de su rentabilidad en el mercado.

Miles de periodistas son despedidos a diarios en todo el mundo. La televisión pública es cuestionada y condenada al ostracismo por un cambio de modelo financiero poco comprensible, y que hará que los últimos que paguemos el pato seamos lxs consumidorxs. Mientras sea el mercado el que rija la vida, estaremos atados a las decisiones que otros tomen continuamente por nosotros, porque lo que nosotros decidamos escapará a nuestro control, visto el interés de los dioses de la economía porque erremos, marcándonos un camino del que no podremos renegar por más que queramos. Porque “hay que comer”.

Verdaderamente sería una pena que el periódico desapareciese. Es cierto que existen formas alternativas a los medios de comunicación imperantes, que además no llevan a cabo más que una tarea de uniformización y control desde el poder de los intereses de las empresas que los rigen, pero un periodismo de calidad requiere de periodistas cualificados y profesionalizados, capaces de seleccionar la información adecuada y contextualizarla, y por ello no podemos permitir que las escuelas de periodismo se conviertan en meras papeleras de reciclaje a la espera de un clic mortífero.