Archive for febrer, 2009

Poco pan y pésimo circo

Históricamente y, sobre todo, desde la llegada al trono del capitalismo como forma de organización socio-política, las crisis económicas han servido como pie para cambios estructurales o coyunturales, respiros y desahogos que supusieron una nueva etapa necesaria. También es cierto, que es en esos momentos, cuando todas las instituciones parecen funcionar inadecuadamente, y cuando surgen a flote los agujeros más acuciantes de la actual “democracia”.

Colapso del sistema de justicia, difíciles relaciones con los bancos y las empresas que no quieren prescindir de beneficios, paro abundante, crisis políticas y corrupción, mucha corrupción. Toda la mierda sale a flote en medio de una debacle, poniendo totalmente en jaque a la clase política, que debe hacer todo lo que tenga en su mano para tapar los agujeros creados por sus propias ansias de ambición.

Es el caso de Valencia. ¿Quién no sospechaba de la gran trama de corrupción que el presidente Camps y todo su equipo de Gobierno –Consell y Diputaciones incluidos- tenían montado en el País Valenciano? Es cierto, sus votantes del PP, es posible. Incluso seguramente todavía prefieran vendar sus ojos, culpar a los diarios izquierdosos y a una oscura red conspiranoica (como tanto nos tienen acostumbrados y acostumbradas) de todos los trapos sucios que a diario alumbran a la vida pública. Es debido esto al hecho de que la obligatoria alitanoreidad que el sistema obliga a los y las ciudadanas y ciudadanos, impide una visión y crítica objetiva de la clase política, impidiendo que la democracia se desarrolle de forma factible. Pero ese es otro asunto.

El caso es que, tanto la Copa America como la Fórmula Uno, como los trajes de Camps, como una larga lista de etcéteras, fueron eventos urdidos bajo mano, a empresas amigas del gobierno, y con extorsiones y sobornos de por medio. Caso aparte merece el presidente Fabra, que, sin descaro, presumía ayer de la cantidad de enchufes nepóticos que ha conseguido colocar en diversos Ayuntamientos a lo largo de todo el País Valenciano. Bravo por él, un nuevo triunfo político de este “personaje honorable”, como lo calificó Mariano Rajoy. Lo más escandaloso es la falta de autocrítica dentro del Partido Popular, una nueva comprobación de que la división bipartidista e ideológica de la sociedad no contribuye en nada al buen funcionamiento de la misma, porque tanto unos como otros se ganan el pan tratando de tapar los agujeros que compañeros y compañeros producen, para no verse afectados por la crisis del partido. Todo una gran mentira, como ven. Por eso, como los emperadores romanos, nuestros políticos valencianos, aunque se niegan a dar explicaciones sobre la trama, contratan millonarios conciertos a cadenas subvencionadas por monopólicas cadenas de televisión para tener contentos a miles de jóvenes, entusiasmados ante la asistencia a un evento gratuito, como lo fue ayer el concierto de Franz Ferdinand, Mando Diao y compañía, en la ciudad de las artes y la ciencias. Como ven, ante el poco pan que cada vez tenemos para llevarnos a la boca –a lo que han contribuido con sus embolses millonarios-, nos ofrecen el circo, para que callemos, para que no nos podamos quejar.

Pero lo cierto es que cada vez se escuchan más por la calle opiniones de repulsa. Es ahora también, al ser los problemas visibles para la mayoría de la gente, cuando se crea un clima de incertidumbre y crítica alrededor de la funcionalidad de la clase política en la sociedad. ¿Realmente es necesario que seamos gobernados? ¿Cómo podemos aguantar a los políticos y las políticas, esos entes que nos han arrastrado hacia la situación actual y que, además, aceptan los escándalos ilegales como algo normal?

Supernanny, conductismo y sometimiento

El viernes pasado, en recorrido obtuso y hierático entre las diferentes cadenas que ocupan la televisión estatal, recaí en Supernanny y, ciertamente, me pareció presenciar el regreso de las tácticas nazis usadas antes de la segunda guerra mundial. Aparecía un niño, por supuesto maleducado (quién no lo está hoy en día), que en media hora de programa sufría un cambio radical, oscilando de diablo a ángel, de polo a polo.

El remedio para la enfermedad de la rebeldía de un niño de cinco años: el condicionamiento. Ese gran cáncer de la humanidad que, basándose en estructuras nazis y pavlovianas, convierte al ser humano en un ser robotizado, asimilador de comportamientos mecánicos, eliminando de su naturaleza cualquier rasgo racional o emocional. Y este es precisamente uno de los mayores problemas de la sociedad contemporánea, que, postmoderna o no, sigue utilizando métodos equivocados y favorables desde el punto de vista de las instituciones ideológicas de poder dominantes, que contribuyen a crear individuos alineados y atomizados que eviten toda crítica factible contra lo establecido.

La educación de los niños se basa, pues, en las mismas técnicas con las que enseñamos a los perros a levantar la pata o sentarse, a cambio de un estímulo. Es decir, el pilar básico para que una sociedad funcione, se basa en el engaño, el chantaje. ¿Cómo podemos pregonear sobre los valores éticos si en el primer paso vital de un niño, que condicionará toda su vida posterior, carecemos de principios morales? Por otra parte, y no menos importante, la tendencia a quedarse en los hechos (aspiración empírico-positivista) impediría a los conductistas ver al hombre como un sujeto capaz de actuar dentro del devenir histórico.

El ser humano como tal es olvidado por esta fase imperante de la psicología actual, y de esta forma, es convertido en una mercancía de consumo que, como cualquier otra, sigue las mismas leyes e intereses de mercado, empresarios y políticos. El aprendizaje no se da, la humanidad no evoluciona, sino que realiza un proceso inverso, y cada vez somos menos controladores de lo que nos rodea, cada vez más pasivos.

La base de toda evolución social deben ser los niños. La infancia es un período de despreocupación, de juegos y diversiones, donde la sola mención de una rutina debería estar prohibida. Si todos los niños están corruptos, convertidos en robots por el germen conductista, muy difícil será el cambio que tantos deseamos, la emancipación anhelada. Si conseguimos que una sola generación, crezca libre, el cambio será posible, y la humanidad generará una prosperidad interior de consecuencias incalculables.

Pero todo esto no es posible mientras existan las escuelas convencionales, mientras los niños sigan encerrados en cárceles-escuela donde se les llene la cabeza con ideas culturales preconcebidas y asignaturas para rellenar espacio. Ya hemos hablado en este blog de las ventajas de la Escuela Moderna, ideada por Ferrer y Guardia a principios del siglo XX. Sólo a partir de escuelas de este tipo, donde la educación se basa en el ensayo-error (que sean ellos los que descubran qué está bien y qué está mal) y en el racionalismo empírico es posible la evolución. El conductismo sigue fomentando los traumas en los niños y, con ellos, todas las generaciones posteriores quedan infectadas por los mismos temores y sometimientos que sus predecesoras. Por ello, fomentar la autoestima debe ser la principal prioridad en la enseñanza por parte de padres.

Daños colaterales

Alarma social. Enaltecimiento del terrorismo. Son términos escuchados a diario por los medios de comunicación, esos inductores narcóticos manejados por las instituciones para poder ejercer el poder factiblemente. De ellos deducimos que las masas somos consideradas como un ente amorfo y abstracto, incapaz de gobernarse a sí mismo y de controlar sus impulsos. Por ello, se nos trata como a objetos fácilmente manipulables, bajo la creencia de que, un acto terrorista o propagandístico en contra del orden establecido, puede desatar una oleada revolucionaria que acabe con el poder. Para ello, se crean leyes que condenen a los indeseables que propugnan tales consignas, con el fin de que la sociedad siga anclada en los dictámenes que emanan de las instituciones de poder ideológico, canalizados a través de los medios.

Asistimos en estos últimos días al expolio definitivo de algunas formaciones de Euskal Herria, condenadas al ostracismo más impositivo por parte de las cúpulas del gobierno y su brazo judicial, donde se supone que debe residir la soberanía, que es la soberanía nacional. Pero caemos aquí en una falacia, porque, ilegalizando a D3M y Askatasuna se comete un error de cálculo. A saber, un déficit democrático y una violación de la soberanía, al obviar la decisión de más de tres millones de personas que, abertzales o no, optarían por estas formaciones en las elecciones vascas. No es de extrañar que tanta gente se queje en el País Vasco de represión, dados hechos como no contar con el grupo vasco en la aprobación de la Constitución, la imposibilidad del PNV de realizar un referéndum por la independencia o la actual ley de partidos, que únicamente favorece a las grandes formaciones, para que puedan imponer su unicidad y bloquear cualquier alternativa que diversifique ideas.

El comienzo de esta semana vino marcado, al hilo de lo que aquí nos acontece, por un nuevo atentado por parte de ETA, en Madrid. No hay duda de que uno de los motivos de la banda organizada ha sido la reciente ilegalización de las formaciones abertzales, en un acto que debía de haberse previsto. Y es que la represión de buena parte del electorado en Euskal Herria conduce a una radicalización de las posturas más violentas, visto el poco éxito que produce la vía democrática por una solución pacífica para la independencia del país. Imposibilitados para llevar a cabo un referéndum y para votar en las urnas, muchos vascos comienzan a ver que lo que se llama democracia en España es una dictadura en sus fronteras, encaminada en última instancia a acallar las voces de los independentistas que ven en éste el último objetivo.

Por otro lado pasa la visión de ETA que en los últimos años se está dando por parte de los medios de comunicación. No es de extrañar que en las inefables mesas de debates los temas en los que sale a colación la banda armada se pasen rápidamente, dado que ninguno de los contertulios presenta opiniones opuestas al resto. Todos están de acuerdo, y eso no genera audiencia. De esta forma, se trata a ETA como una entidad amorfa, individual, sin oficio ni beneficio y con el objetivo único de sembrar el mal. En términos católicos, ETA es el demonio, y no actúa por otros intereses que los suyos propios. Parece inexplicable que ningún periodista intente profundizar en las motivaciones de la banda, en aquello que le empuja a actuar, en lo que conduce a cientos de jóvenes vascos a posturas violentas. Las cosas no son blancas o negras. El bien y el mal no existen como tales, sino que existen causas, intereses, motivaciones.

Nada es tan sencillo, por lo que, el hecho de intentar buscar la solución ilegalizando y reprimiendo sin ningún sacrificio no es más que otra táctica del Estado encaminada hacia la gobernabilidad de las masas estúpidas e impotentes como sujeto, sin tener en consideración sus verdaderos intereses, generando con su actitud cientos de víctimas como daños colaterales.

Funcionalismo o como mantener controlada a la sociedad

Tras las oleadas revolucionarias y emancipatorias del poder autoritario medieval, sucedidas en torno a finales del siglo XIX, un nuevo clima de libertad pareció extenderse por todo el mundo. Un simple espejismo, puesto que los mismos líderes de las distintas revoluciones (francesa, rusa…) acabarían por convertirse en el espejo de aquello a lo que con tanta saña se empeñaron en derribar.

Lo que sí que surge de este período es la masa. Una entidad manipulable como sujeto, que carece de personalidad propia y que será tratada amorfamente, como una individualidad sin sentimientos. La política del siglo XX se orientará hacia cómo manipular y controlar a las masas, pues son “ingobernables”. La principal causa de este fenómeno es el interés de los más altos poderes de, ante un clima donde las masas pudieran organizarse y votar entre ellas, captarlas a través de los partidos políticos de las altas esferas institucionales.

Es en este clima cuando surge el funcionalismo, una corriente del pensamiento que rápidamente se extenderá por todas las ciencias sociales, convertida en el nuevo paradigma científico en el que se basan la mayor parte de las teorías que rigen a la sociedad. Esta corriente, surgida como evolución del positivismo y el empirismo antiguos, prevé una serie de mecanismos de autoequilibrio por los que la sociedad pueda ser gobernada desde las altas capas institucionales. Es por eso que el funcionalismo prima a la institución, dándole ese poder de control que sólo el puede tener para dominar a las masas para que no se alcen y desequilibren el sistema establecido.

En los medios de comunicación, el funcionalismo ha servido para relativizar su poder en una época en la cual los individuos comenzaron a plantearse qué podría pasar si a éstos se les concediera un excesivo poder. La forma fue sencilla: eliminar el concepto de comunicación verdadero, entendido como una comunicación bidireccional entre dos emisores activos, y reemplazándola por una relación vertical, de emisor a receptor, de forma unidireccional, donde este último se limita a escuchar y ser pasivos.

Es esta una conexión unívoca entre el poder institucional y los medios. El primero le concede el permiso al segundo para llevar a cabo un control y una manipulación intrínseca sobre la sociedad para que ésta se equilibre y se mantenga sumisa. De esta forma, la comunicación se basa en la imposición de mensajes por parte del emisor, que consigue primar sus puntos de vista –que son los del poder- sobre la audiencia. ¿Cómo? Estableciendo sus propia agenda setting, sirviendo a la ideología de un partido determinado, actuando como medios de canalización publicitaria, reduciendo los esquemas de comportamiento a esquematismos…

Por lo tanto, la moto está vendida y, nosotros, meros espectadores pasivos del juego del poder, nos quedamos parados, impasibles, ante nuestra represión continuada. Nos creemos libres, pero estamos atados a los mismos rituales diarios, al trabajo, a las noticias que nos bombardean los medios. La comunicación no existe, sólo los comunicadores, y los ciudadanos nos abordamos hacia una vida monótona donde no decidimos más que la comida de cada día. La democracia es una farsa, porque sus gobernantes, al amparo revolucionario, se han convertido en los disfraces de aquellos autoritarios a los que derribaron, pero con un rostro más sutil.